lunes, 21 de marzo de 2011

A toda máquina


Los últimos tiempos están siendo raros. Me doy cuenta de que, tras volver al Puerto, me siento de nuevo arraigada. Eso me sienta bien. Voy recuperando todas mis cosas, las cosas de siempre, y en el deseo y necesidad de construir mi casa me veo, sin quererlo, desempolvando mi niñez y adolescencia. Por todos lados aparece de todo, y aquí estoy otra vez, desmontando y montando vías, desconectando y conectando cables, perdiendo el sueño porque no sé por qué no funcionan los semáforos ni si podré arreglar la locomotora verde.


Resumiré cómo llegué hasta aquí: hace poco más de veinte años, le llegó la noticia a mi padre de que una viuda alemana vendía por cien mil pesetas una colección de trenes eléctricos. Habían sido de su marido, Otto, quien durante media vida se dedicó a comprar máquinas y accesorios Marklin para una maqueta HO que, creo, no llegó a montar. Mi padre, siempre hábil para estos negocios, le pagó las cien mil pesetas a la señora y, tan contento, cargó las cajas en el furgón, casi sin saber lo que llevaban dentro y sin tener ni la más mínima idea de trenes, de maquetas ni de electricidad a pequeña escala. Es un genio.


Las cajas estuvieron más de diez años en un rincón del salón. En diciembre de 2001, las circunstancias me hicieron tropezar con ellas. Por aquello de matar el tiempo, monté un pequeño circuito sobre la mesa de ping pong, probé en enchufar los cables al transformador, puse una locomotora sobre las vías... y funcionó. A partir de ahí, me metí de lleno con la maqueta basándome en unos planos de Otto para un circuito de 5x1,50 metros. 


Durante varios años, dediqué la mayor parte de mi tiempo libre a la maqueta. Hice que los 40 cambios de vía funcionasen, que los trenes subiesen las cuestas, que no descarrilasen en las curvas... Es un espectáculo precioso que abarca no sólo la imagen, sino también el sonido de las locomotoras sobre las vías y su particular olor. Muchos momentos importantes que he vivido en todo este tiempo van sobre esos raíles. El año en Málaga fue determinante y, ahora, estos meses en Gran Canaria.


Cuando decidimos darle otro fin al salón donde estaba la maqueta, paré por completo el proceso. Allí estuvo otros tantos años arrinconada, y yo, huyendo de ella. Ahora, que de nuevo han pasado algunos años, he dado este paso. La maqueta vieja ya no existe; en su lugar estará una bonita cocina, la de mi casa. La nueva maqueta está en marcha en una habitación preciosa, donde todos podemos disfrutar de ella mientras nos tomamos una cerveza o un vaso de vino y donde lo único que está prohibido es hablar de política y de políticos.


Hace unos días, me propuso Bea hacer un blog con el proceso de construcción. Tiene razón, creo que va a ser bonito contar cómo va la cosa. 

2 comentarios:

  1. Muy bonita tu entrada y precioso el dibujo de la locomotora. Ánimo con esta iniciativa, que seguro tendrá pronto muchos seguidores.

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  2. Otto estaría contento del trabajo que estás haciendo. Buena decisión la de respetar sus medidas de la maqueta; lo nuevo, sin un poquito de lo viejo, pierde sustancia, esencia, encanto, poesía, y me atrevería a decir que incluso orgullo.

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